Si el trabajo fuera una cosa buena la guardarían los ricos para ellos solos

Dio la coincidencia de que en Xàtiva, de donde soy, mi colegio y el instituto estuvieran juntos. Dar el cambio de la EGB a la madurez se hizo prácticamente en un espacio de un kilómetro cuadrado. Todos los días de mi vida como estudiante en la capital de La Costera fue junto a un muro donde unos anarquistas escribieron: «Si el trabajo fuera cosa buena la guardarían para ellos solos».

 

En la universidad tenía un profesor de sociología, Arturo Damian Sanchis Serra, que nos habló del pensamiento teológico-burgués basado en la eficiencia y eficacia, así como el pensamiento católico de que la dignidad se consigue con el trabajo.

wpid-1404894742639.jpgPara costearme la universidad, privada, trabajé en todo lo que pude y si mi dignidad ni se inmutó, sí lo hicieron mis notas y mis ánimos. Sacar buenas notas se volvió una difícil tarea. Francamente no tenía otra opción en universidades públicas y cerca de mi familia que me necesitaba.

Han pasado muchos años desde entonces y he trabajado mucho, me he quedado en paro, y he pasado de tener ahorros a no tener ninguno. Os puedo decir que mi dignidad sigue intacta.

En estos tiempos en los que tener trabajo es un lujo, la frase de aquél muro contiene un sentido más perezoso que reivindicativo. La pintada anarquista suena más a la «izquierda del caviar»  que a una filosofía contra el orden.

Pero hoy algunos señores, ni de izquierdas ni de derechas, se atreven a cacarear sus burlas contra las clases obreras, resucitan un dinosaurio social como las luchas de clases. Yo, personalmente, no estoy a favor del concepto «lucha obrera», ni veo el trabajo como un lujo ni mucho menos como un castigo.

Es curioso, porque otro adjetivo no se me ocurre, leer a quienes se aprovechan de las crisis para enarbolar comentarios hecebundos como el del señor Schwartz: «El que tenga trabajo debería dar gracias y no exigir tanto».

Este señor, ejemplo del liberalismo más prisionero, goza de una gran inteligencia que invierte en su profesión como economista, ex político, y escritor. Debe ser una de esas élites católicas y academicistas que, sin embargo, es capaz de expresar pensamientos indignos, y anacrónicos. Quizás, al igual que la pintada anarquista en los ochenta, Schwartz tendría su momento en algún campo de algodón en el siglo XVIII de Estados Unidos.

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