Abril, cerral: se acabó un ciclo

Un mes de junio de hace 11 años, o algo así, cogí un macuto y puse ropa para tres días. Un imbécil me dijo que era un fracasado y que no haría nada útil en mi vida. Esas palabras que se me grabaron en la nalga a fuego, me sirvieron de reactivo para huir hacia adelante. Dejé a mi pequeño Pau con mis padres, me compré un billete barato a Barcelona, y empecé una nueva vida. Lo que nunca os conté hasta hoy, os lo contaré a partir de ahora:

Fue doloroso tener que dejar a mi Pauet con mis padres, pero no podía venir conmigo en este viaje. Detrás de mi tuve que dejar muchas cosas importantes, por ejemplo mi familia, mis amigos,… Y dejé mis temores, inseguridades, y mi círculo de confort. La huida hacia adelante en Barcelona fue una gran decisión y una decisión grande.

Esta es la última imagen que tomé antes de abandonar, tras once años, la Barcelona que fue mi casa.
Esta es la última imagen que tomé antes de abandonar, tras once años, la Barcelona que fue mi casa.

Fue gracias a mi tía Carme, quien me acogió en su casa, que pude aprender todo lo necesario para sobrevivir en la ciudad: lado Hospitalet, lado Besòs, mar o muntanya, líneas de bus, de metro, y mucho más. Ella me cuidó mejor que a un hijo y fue mi gran apoyo. Mi tío Miquel, su marido, fue siempre muy atento conmigo y me ayudó en varias de las mudanzas y en muchos de mis intentos de entender las diferencias entre catalanes y valencianos.

Mi tía Carme es hija de xativins, y casualmente su marido también tiene ascendencia valenciana. En su casa se respira mucha catalanidad, fruto del orgullo que le da a uno su propia tierra. Además en casa de mis tíos se respira mucha valencianidad, curiosidad y respeto por las tradiciones de sus orígenes. Lo que describe mis primeros meses en Catalunya es la curiosidad, la inquietud, y el interés. Todo lo demás estaba ahí, pero yo no lo podía ver.

Poco a poco empecé a enfrentarme a la realidad de una rutina en una gran ciudad y encontré su encanto al hecho de ser «an englishman in New York». Después de un pequeño trabajo de verano encontré uno estable en Mercadona. No tardé en pedir un turno fijo de tardes para poder estudiar y para poder escribir. Fui un bloguero anónimo, con mucho éxito en aquél relativo mundo de Internet donde la gente no presumía sus idioteces en las redes sociales. Algunos de mis textos en blogs anónimos de Blogger, otros en diversos foros, y en esas colaboraciones con proyectos de otros jóvenes de mi edad.

Vivía en un pequeño estudio en el barrio de Gràcia. Era oscuro y poco ventilado, diáfano pero con intimidad, era una madriguera preciosa que transformé en mi casa, tal y como había siempre soñado. Tenía la casa llena de alfombras, cojines y olor a incienso. Muebles bajos y de madera natural, lámparas de pie y guirnaldas para crear juegos de luces y sombras. Tuve que esperar muchos años para leer a Tanizaki y entender que lo mío es un inconsciente ataque oriental de elogio de las sombras.

Durante mis primeros años en Barcelona, viviendo sólo en mi estudio en Gràcia, conociendo desconocidos, descubriéndome a mi mismo, escribiendo mis primeros relatos, nació este blog. Once son los años que se encerraron aquí, mis palabras torpes son el conjuro que los impide salir, escapar, perderse. Os propongo un juego, amigos que me leéis, un cuento por cada año de mi vida en Barcelona.

Este es el último artículo que publiqué en el que fue mi primer blog, entonces en Blogspot. Puedes leerlo aquí.

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