El Santito (CAP. 3)

Con el aerosol aún en las manos y la mirada en el aire, mi compañero reía a mandíbula batida pensando que me había dado de pleno en la cara. Detrás de mi, en silencio, con el semblante serio pero una ceja arqueada, estaba Dani «el Pelirrojo».

Rubén, ese era su nombre, abrió los ojos, y cuando se dio cuenta de que había fallado, volvió a apuntar a mi cara. «No te escaparás esta vez», dijo con sobrada socarrenería.

Foto de a_marga @Flickr

Foto de a_marga @Flickr

Justo en el momento en el que se disponía a rociarme con el Reflex en la cara, Dani que aún asía mi mano, me arrancó de entre los dedos la botella de perfume rellenada de vinagre blanco. Me giré al darme cuenta del hurto y vi cómo se la guardaba en la cartera a un compañero al que llamábamos «el Conejo». «¡Date la vuelta, chulo, que vas a ver ahora!». Pero en ese momento entró el profesor en clase y castigó al «vinagro-mentolado» compañero.

Durante el resto de la clase me mostré intranquilo. El profesor que me vio pálido y angustiado no pudo acercarse para preguntarme qué me sucedía. En cambio yo, en mis adentros, me preguntaba por qué Dani me había quitado mi arma defensiva.

«Toma, no está mal tu idea» – Me dijo Dani al acabar la clase mientras me devolvía mi solución anti-reflex. «Deberías vaciársela dentro de su bolsa de deporte. Esta tarde tiene entreno y no podrá pasar por casa».

Su idea me pareció demasiado bestia. ¿Os imagináis el olor a vinagre en toda la ropa de deporte?. No dije nada pero Dani se apresuró a poner palabras en mi boca con sabia celeridad:

– No te preocupes si te la devuelve luego, primero se la habrá llevado él, además a ti nunca te culpan de nada. ¿Cómo haces para poner esa cara de bueno?
– Pues empiezo a sentirme mal y cuando siento que el miedo se apodera de mi, dejo que el «cague» que llevo encima haga el resto.
– En ese caso no te olvides de cómo poner esa cara. Cuando pones esa cara de santito pareces inmunes a los castigos.

En el descanso de la última hora de la tarde, Dani, se encargó de que uno de los compañeros vigilase que Rubén aún estuviera en el lavabo. Yo abrí su petate de deporte, y lo regué (a varias capas de ropa) con el vinagre de ensalada. Cuando Rubén llegó nos sentamos todos en nuestros sitios y esperamos al profesor.

A la salida del cole me esperé a Dani para darle las gracias. Su madre había venido a recogerle con el coche para llevárselo a su pueblo, y no pude darle las gracias. Volví a casa sonriente, satisfecho, y con un brillo de maldad en mis ojos.

Aquella noche fui a dormir satisfecho, feliz por mi nuevo amigo. Me desperté diferente, inmune a los castigos. Durante el resto del curso «el Pelirrojo» y «el Santito» formaron un tándem perfecto. Las bromas estaban siempre exentas de castigo, las venganzas de nuestros enemigos recibían aún más retorcidas respuestas. Quizás éramos traviesos pero, nosotros en el fondo, nos sentíamos deliciosamente malvados.

Según el verano se acercaba, yo vi mi pelo crecer de nuevo. Mi melena rubia nunca más volvió, pero con el sol y el agua de la piscina, mi nuevo pelo creció de un nuevo tono rojizo. El último año de colegio lo pasamos prácticamente juntos conocidos como «el Pelirrojo y el Santito»

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