«Good night Ginger»

Con varias capas de abrigo salí a la calle. Era tarde, pero necesitaba hablar con alguien sobre aquél problema que me estaba quitando el sueño. Sabía que llegaría de regreso más tarde aún, pero lo necesitaba.

Llegué acalorado hasta su edificio. Me detuve frente a la puerta y comprobé la dirección en el móvil. Sí, aquella era la dirección correcta. Él llevaba poco tiempo en la ciudad y era, sin duda, el tipo de confidente que necesitaba. No quería los consejos de «deberías haber hecho así», con él tendría un punto de vista diferente al de mis amigos de toda la vida.

Me dolían las piernas después de aquél largo paseo hasta el casco antiguo. El frío en las viejas calles se respira diferente. Menos poluto y más intenso. Sí, es más intenso porque la poca luz que llega a las calles durante el día no dejan que el suelo se caliente, y la piedra de las paredes parece estar hecha para acoger a los que viven dentro, pero repeler a los que caminan por fuera.

Hice una llamada perdida para que me abriese, así lo habíamos acordado. No queríamos molestar a los vecinos, era tarde.

Justo en el momento que bajé el teléfono se acercó un hombre y se antepuso entre la puerta y yo. En principio me molestó, me hizo sentir invisible como tantas veces me siento al caminar por esta maldita ciudad. La puerta se abrió antes de que él introdujese la llave. Sorprendido se giró y se dio cuenta de que era a mi a quien Sésamo abría la entrada.

– ¿Vives aquí? – Me preguntó en inglés.
– Sí, no, vengo de visita. – Respondí confundiendo si se refería al bloque de apartamentos o a la ciudad.
– ¡Oh pasa!

Le seguí hasta el ascensor, guardando el teléfono en el bolsillo y desajustandome la ropa ya que el frío se había quedado fuera.

– ¿Eres de aquí?
– No, del sur.
– ¡Ah! Nunca estuve en el sur.
– ¿De dónde eres? – Le pregunté con el derecho que me había ganado al responderle.
– De Bélgica, me respondió.

El ascensor no movía, y los dos un poco avergonzados de haber olvidado apretar el botón, nos apresuramos a apretar nuestros respectivos. Curiosamente ambos coincidimos en la misma planta.

– Estoy aquí por un congreso. – Me dijo con una perversa sonrisa.

Yo me molesté, pensé que me estaba dando demasiada información, y entonces simplemente le devolví una forzada sonrisa. El silencio no incomodó. Extrañamente el silencio siguiente a mi sonrisa fue un silencio relajante.

Percibí por el rabillo del ojo que me estaba mirando, alcé la cabeza y… justo en ese momento llegamos a nuestra planta. Salimos del ascensor y me dijo: «Buenas noches, pelirrojo».

En aquella décima de segundo él entraba en su apartamento y yo, que no había a penas reparado en qué aspecto tenía me quedé sólo, pensativo, y sorprendido, en el frío rellano.

¿Cuántas veces mantenemos conversaciones con personas que nos observan, pero que nosotros nunca miramos? Pienso, aún pienso.

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