Un pastel que se decubrió solo

Aquella tarde estuve demasiado tiempo tratando de no pensar en cual sería tu respuesta para la pregunta que te hice en la mañana: «No me respondas ahora, hazlo más tarde, cuando te lo hayas pensado».

Estaba lavando los platos y cacerolas que había usado para cocinar. La cena estaba casi lista y, aunque el frío del agua me estaba dando ganas de mear, el olor del «casi listo» me impidió abandonar aquella obligación auto-impuesta.

Miré un par de veces el reloj del móvil, intentaba en aquel momento darme prisa para que tu respuesta, fuera la que fuera, no me pillase desprevenida.

Levanté un momento la mirada por la ventana de la cocina, me di cuenta de que se había hecho ya muy tarde, el cielo se había oscurecido. Tal vez debería sacar el pastel del horno.

El chocolate no se había quemado, la consistencia aún parecía demasiado «poco hecha», pero pensé que era mejor que mantuviera el buen sabor a que se carbonizase demasiado por esperar.

Esperar es algo que se me da muy mal, pero prometo que contigo es lo primero que pensé en hacer. Aparcar mi impulsividad, dejar mi apasionamiento estacionado en segunda fila, y descender para pasear a tu lado hasta el momento que me dijeras algo más.

Debo confesar que los ingredientes de mi receta fueron estudiados con sumo detalle. Primero quise no hacerme demasiado la interesada, y luego quise que mi detalle contigo no pareciera intencionado. Cuando aquél día nos mirábamos tan cerca creo que pude ver algo en el fondo de tus ojos. Pero me mantuve cerca.

La única noche que pudimos tener juntos, digo la única porque aún no hemos podido volver a repetirlo, temblaba como una ingenua, como una primeriza, como una zorra que por una vez en mucho tiempo consigue el queso que se le escapó al cuervo.

«Tengo miedo a enamorarme». Son las palabras más crueles que me podrías haber dicho. Mientras tú me castigabas impidiendo que dijera «cuánto me gustas». Pero la vida es demasiado sencilla como para que yo la complique sola.

Cuando conseguí una respuesta tuya el pastel ya se estaba enfriando sobre la mesa de la cocina. El olor a chocolate era intenso. Tenía una tentación tan grande a comerlo que pensaba que no podría esperar ni un minuto más.

Cuando miré el teléfono y me dijiste: «esta noche tampoco»,  pensé en que las cosas no iban a ser como me hubieran gustado. Y cuando me dijiste que necesitabas más tiempo, que querías que fuéramos amigos, que querías amigos y sexo… el chocolate se me atravesó en la pituitaria y el estómago se me cerró en banda.

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