¡Cede el paso!

Puede que me tachen de «rancio», «pijo», o en el mejor de los casos de conservador, pero nada más lejos del respeto, quiero reivindicar el valor del «usted» en la vida diaria.

Hoy cuando andamos por la calle parece que nos tutean hasta las señales de tráfico, aun estoy esperando que el único resquicio de cortesía que nos queda, el ceda el paso, no acabe por llamarse: «¡Eh tu cédelo!».
No es algo anecdótico ni aislado, es el día a día de nuestra calle, algo consuetudinario que tomamos con una naturalidad artificial, en muchos casos contraproducente, y en general aislante del individuo como pretendo demostrar al final de este artículo.

Hemos roto la línea de lo cortés y en las escuelas los profesores quieren que sus alumnos les respeten. Han dejado de levantar la mano para pegar al alumno siendo ahora ellos, en algunos casos, los agredidos y quienes la levantan en esta ocasión para protegerse.
Profesores «progres» que en su día cansados de una deprimente dictadura decidieron dar a las aulas un grado de informalidad sustituyendo el «Señor profesor» por su nombre de pila, o como yo tuve en una ocasión por un apodo. Hay que ser moderno e informal, cercano, próximo, tanto que podamos verle las entrañas al otro y hacerle las cosquillas donde menos carcajada produce.

La publicidad es otro de los puntos, como muchisimos más, donde la irresponsabilidad con lo social se hace más obvio. Ellos tienen que vender algo y mejor si quien se lo cuenta es alguien cercano. Esperan que confiemos más en las empresas para las que trabajan exhortando que nos tenemos que «abonar», o recordándonos que podemos «llamar gratis» para que una de sus teleoperadoras nos recite de memoria todos sus planes de precios.
Por que ya saben: Si pagas más es por que quieres, hazte de (aquí el nombre de la compañía), no lo dudes visita (blá, blá, blá).
Queda lejano el «Beba coca-cola» y tratan desde todos los medios, y me refiero a los de comunicación en este caso, de resultar más impersonales y como ya dije traspasar nuestro córtex para instalarse en nuestras ideas interfiriendo en nuestra voluntad de beber agua de grifo o no portar ondas radioactivas a modo de teléfono que reduzcan el tamaño de nuestros genitales.

Por si fuera poco hay que ver a esos padres en el supermercado que llevan a sus hijos dentro del carro de la compra con sus piececitos sucios «de váyase usted a saber que pisaron de camino a aquí» y que se abren paso entre la muchedumbre a golpe de hijo.
Dudemos si es mejor que encierren al niño en la jaula con ruedas al más puro estilo medievalesco o que lo lleven suelto espetando a los niños al:»no molestes a ese chico». Parece que las canas más que nunca son de oro, pues ni llevando bastón muchos de estos padres que rallan lo Bohemian Bourjois, lo pijo alternativo o como quiera llamársele, tutean a la sociedad delante de sus hijos que en el futuro jamás habrán oído de sus padres el respeto hacia la tercera ni la segunda persona.

Podría seguir inaugurando más párrafos donde les apuntara ejemplos pero creo que ustedes de sobra habrán analizado todo esto.
No es una postura conservadora ni vulgarmente llamada de viejo, en mi caso aun no peino canas ni llevo garrote. Pero la mía, como la de muchas personas, es una posición reivindicativa donde quienes amamos la comunicación la respetamos al mismo tiempo, quienes nos comprometemos por separar la basura orgánica de plásticos, vidrios… deseamos también el respeto , la admiración y la distancia.
Cuando algo es despreciado, en este caso por nuestra juventud empujada por el mal ejemplo de una generación anterior, nunca más será valorado y es una vergüenza colectiva llegar, por ejemplo, al país vecino galo y denotar en los carteles bilingües como ellos siguen dirigiéndose a usted mientras que aquí siempre serás tu.

Piensen en una cosa, como les decía en el principio de este artículo, el «tu» nos individualiza y nos quita cualquier traza de respeto, de admiración,… nos introduce de lleno en la masa del hombre-masa, nos mata un poco socialmente y si me lo permiten: empobrece cada día más nuestro dañado lenguaje y el de aquellos que vienen a aprenderlo.
Seguramente, igual que el niño que nunca lo escuchó, la Sueca, la Alemana, o el Escadinavo aprenderán de lo que oyen y ustedes serán por siempre vosotros.

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