Banderas de plástico
No nos conformamos con lo que tenemos y queremos siempre algo más; hasta aquí todo perfecto. Pero la sociedad actual no quiere algo para el futuro, sino que anhela recuperar el pasado. Basamos nuestro bienestar pensando en lo bueno que recordamos pero no estoy seguro de si buscamos una nueva fórmula para el futuro o recordar hacia adelante.
Cualquier tiempo pasado nos parece mejor. No hay mal que cien años dure, porque aunque tempus fugit lo más importante es que semen rententum venenum est. No nos conformamos con lo que tenemos y queremos algo más; hasta aquí todo perfecto, pero la sociedad actual no quiere algo para el futuro, sino que anhela recuperar el pasado. Basamos nuestro bienestar pensando en lo bueno que recordamos pero no estoy seguro de si buscamos una nueva fórmula para el futuro
En nuestras relaciones de pareja pretendemos recuperar la chispa que se ha perdido, y echamos de menos lo felices que éramos de jóvenes, o incluso cuando estábamos solteros. Las personas consideramos la independencia como una virtud, un don, algo positivo; y siempre recordamos del pasado lo bueno, pues lo malo (aunque no se olvida) se disfraza de superación o de excusa para el victimismo.
En mi libro hablo del fin del primer amor, y cómo este se transforma mediante una efervescencia de sentimientos en una batalla de recuerdos agridulces donde el odio es la primera salida a la izquierda. Pero en 24 horas: regreso a la tierra hablamos de un amor adolescente que se alimenta de las inseguridades, inexperiencias, y malos consejos de quienes proyectan sus frustraciones en consejos de obligado cumplimiento, pero por tu bien (dicen).
Quizás la sociedad, esta que llamamos humanidad civilizada, esté aun reviviendo su adolescencia de forma prolongada, o quizás estamos aún en una fase temprana de nuestra evolución. Como humano espero más de mi mismo, de nosotros en total, pero quizás esta humanidad llamada a ser civilizada aún se encuentra en una edad moza en la que titubea en sus decisiones o se deja engañar por quien esgrime una bandera de plástico.
Cada vez que veo una bandera, sea del color que sea, siento una inquietud enigmática: ¿para qué las necesitamos? ¿Son una representación de nuestros sentimientos patrióticos? ¿Un símbolo de nuestros ideales? ¿O son una manera de control de las fuerzas de poder sobre nuestros sentimientos?
No pretendo dar respuesta a estas preguntas, ni tan siquiera sé si habrían más. Pero no puedo dejar de repetírmelas cada vez que veo una de ellas. Pero no es la única duda que me surje, entre muchas más está esta: ¿si los gobiernos repartieran banderas para todos nuestros sentimientos las luciríamos por la calle? ¿Llevaríamos una señal que dijera que somos solteros? ¿O que buscamos sexo? Incluso nos podría indicar las orientaciones sexuales de cada uno, o sus gustos fetichistas. ¿Podríamos decir de qué religión somos simplemente con un signo en nuestra solapa? Sería muy cómodo conocer la ideología de nuestro entrevistador cuando buscamos trabajo, e incluso del entrevistado (así evitamos contratar a alguien de una ideología, orientación sexual, o creencia que nos incomode).
Aún en mi suposición tengo la firmeza de que todo eso sería un error y no haría nada más que dividirnos, segmentarnos, y en última instancia obligarnos a escoger por una de esas etiquetas por criterios de interés. Los beneficios ulteriores también los desconozco, pero sigo sin creer que sea necesario enarbolar la etiquetadora y ondearla en el aire como quien trata de hacerle cosquillas al cielo.
Creo que soy una persona reservada que prefiere airear con disimulo aquello que su corazón siente. Desde mi posición quizás cómoda, prefiero no ser etiquetado, ni que me coloquen una bandera en el moño como si fuera un pincho de tortilla española. Sólo estoy seguro de una cosa y es que soy hijo de quien me parió y de mi experiencia quiero trazar un mejor futuro que decida yo, eso sí, tan cerca de mi familia como de mis enemigos. Dependo de todos ellos para afrontar mi futuro, siempre desconocido.
Cualquier tiempo pasado nos parece mejor. No hay mal que cien años dure, porque aunque tempus fugit lo más importante es que semen rententum venenum est.