Disculpa mi aspecto, pero hoy no tengo otro
La verdad es que no llevo muy bien el tema de las modas y eso, quieras que no, pasa factura. Especialmente cuando estás más cerca de los cuarenta que de los veinte. Siento que en mi generación, los hombres, tenemos que pedir disculpas continuamente por algo que nunca fuimos.
Como persona nacida en los ochenta, ya me empiezo a acercar a ese estigma de «cuarentón». Como dijo una vez la intelectual de las mañanas, Ana Rosa Quintana, qué injusto es ser un veinteañero, treintañero y pasar a cuarentón. Ese sufijo que socialmente le hemos añadido al hecho de acercarse hacia la mediana edad.
En general, las personas de mi edad, compartimos una infancia en la que la sociedad vivía relacionándose en un directo cara a cara en el que era tan valioso lo qué se decía como la manera de decirlo.
Ahora vivimos en una sociedad de comunicación rápida, extra acelerada, llena de impactos. Mensajes de Whatsapp, de Twitter, de Facebook en nuestros móviles. Caminas por la calle y hay publicidad en paradas de autobús, en el tejado de nuestras casas o en la pared del meadero. Tanta comunicación… dirigida a los jóvenes.
Déjame envejecer tranquilo.
Porque «los jóvenes somos el futuro» y envejecer, cada vez más, está mal visto. No hablo de operaciones de cirugía que dejan la cara de Mikey Rourke como un cojín de ganchillo, sino de todas las tretas y artimañas que tenemos que esquivar para no acabar deprimidos al final del día.
A los hombres también se nos está pidiendo no envejecer y, si lo hacemos, que lo hagamos de una manera cool. Existe ese miedo intergeneracional a que acabemos siendo un reflejo de nuestros padres: personas analógicas que no entienden los avances tecnológicos, que visten siempre igual, que ya no están en forma.
¿Y qué pasa si mi cuerpo a partir de cierta edad ya no se muscula al hacer ejercicio como cuando tenía 20? ¿Ahora resulta que ese vello que me sale naturalmente es feo? ¿¿Sucio?? ¡Oh sí! Tengo mi cruzada personal con quien una vez me dijo que el pelo en el cuerpo es sucio y antihigiénico.
Resulta que nuestra propia generación sabotea un proceso tan natural como el seguir haciéndonos mayores. Incluso educamos a nuestros hijos bajo este fascismo de lo estético y permitimos que dictadores anónimos nos digan qué ropa hay que llevar, qué pensamiento hay que tener y a qué vida hemos de aspirar.
Cuando tienes casi cuarenta lo más grandioso que te puede suceder es que la moda de Inditex te la trufe como si no hubiera un mañana.
Un anuncio que siempre me toco las bolas era el de una marca de perfume que invitaba a la gente a ser original, a innovar. Por supuesto un perfume te da ese super poder, de la misma manera que te lo pones te vuelves lampiño, te crecen pectorales, pezones limoneros y una quijada que podrías partir turrón de Xixona como si fuera pan del día. Porque no hay nada mejor que ser diferente, ser original y encima estar bueno según «sus» estándares.
No controles mi forma de vestir, porque es total.
Cuando vas a comprar ropa en las tiendas contratan a «tíos buenos» como dependientes y si es Hoollister te los plantan en la puerta desnudos de pecho en pleno frío londinense. Los quieren de menos de 30 y si puede ser que midan más de un metro ochenta. La justificación es que son «embajadores de la marca».
Pues no, no me identifico con el chico de metro ochenta y pectorales de acero y tampoco me gustaría tener esa necesidad de parecerme a ellos. Los tallajes de la ropa van para países en los que se pasa mucha hambre o peor, demasiada proteína en polvo.
La ropa que se vende me puede parecer bonita, en algunos casos divertida, pero nada nuevo oiga. Antes de que se os ocurriese hacer agujeros en las rodillas ya se nos ocurrió a nosotros en los noventa y a los de los ochenta también. No intentéis ponerle purpurina, lavarlos a la piedra o llevarlos por debajo de la ropa interior. Desolée pero eso ya lo hemos hecho nosotros.
Cuando tienes casi cuarenta lo más grandioso que te puede suceder es que la moda de Inditex te la trufe como si no hubiera un mañana. De repente un día entras en una tienda y tu propio estilo habla por ti y sabes escoger lo que realmente te apetece, más allá de «lo que se lleve». Eso que veíamos en nuestros padres y que era camisa de vestir y pantalón de chandal era el hipster de su época y es tan respetable como ahora nuestra resistencia a ponernos camisetas ultraceñidas para salir de fiesta por la noche.
A veces me la sopla lo que pase en Internet.
El desdén con el que te mira la sociedad cuando sientes sudoración en el miembro ante los mensajes de Facebook polémicos, los challenges o muestras desinterés por personajes que se han convertido en estrellas de Youtube.
Cuando, de repente intentas mantener una conversación con alguien y el teléfono se posiciona como un serio rival, en ese momento en el que tienes que reñir a tu sobrina y te sientes como tu abuelo, en ese momento alcanzas el cénit de tu madurez.
Pero para concluir quiero pedir perdón a todos aquellos miembros de la sociedad que no están cómodos con mi aspecto físico, que no les gusta la ropa que llevo y que creen que estoy obsoleto. Siento muchísimo el daño emocional que os causo no aspirando a ser un perpetuo modelo danés de 25 años.
A ellos les pido perdón desde el respeto que sé que tenéis hacia la gente diferente, hacia la gente que se hace mayor. Desde ese mismo respeto os invito que os vayáis a tomar por culo y, de camino a semejante lugar de placer os invito a que os compréis un reloj y un espejo. ¿Que para qué queréis un reloj y un espejo? Vosotros esperad que las piezas encajan solas.
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