Los Selfiepollas
Los grandes artistas investigaban sobre su técnica para mejorar el resultado de sus obras: un estudio tanto de la imagen como de la perspectiva y otras claves. El autorretrato se convertía en su momento de autoevaluación en el que, finalmente, pretendían analizar sus «defectos» sin exponerse a los demás. Hoy, nuestra sociedad tecnológica se ha «agilipollado» de una manera exponencial y las personas, cualquiera, se exponen ante los demás tratando de esconder sus defectos en un estudio vano de su propio ego. Ahora la investigación es sobre cómo morderse los carrillos para poner cara de idiota, meter la panza hacia adentro, y mientras se autoinfringen laocónticas posturas evitar que los ojos se escapen de sus órbitas. El hedonismo y la búsqueda de la aceptación pública acaba deshumanizando al ser humano en su expresión fotográfica.
Ya hace tiempo que escuchamos que equis personas han fallecido o han tenido un accidente mientras se hacían una selfie. Incluso recuerdo un movimiento que consistía en hacerse autofotos en un funeral. Puntuaba más si salía el muerto en la foto. Vaya huevos los suyos, oiga. Aunque hay selfies de sobacos peludos, selfies durante siete años, e incluso de publicidad de Samsung durante la gala de los Oscar, quizás al invento del autodisparador de las antiguas cámaras de fotos le hayan salido sus discípulos.
Hay mandos que permiten fotos teledirigidas para que a falta de un oriundo amable puedas hacer el turista antipático que se saca las fotos sin ayuda de nadie más. Pero la cámara frontal del móvil va más allá. Funciona como un espejo en el que el individuo se mira y se captura, y además envía su instante nada improvisado a todo el hemisferio digital. Soledad cautiva en un momento de narcisismo que trata de rellenar una ausencia de afectividad, eso es una selfie. Y un Selfiepollas es incapaz de reconocer su desdicha porque como cualquier otra adicción rellena su vacío sin decirle cuáles son las consecuencias. Así pues cientos de fotos y frases lastimeras como «Así te leo», «sígueme y te sigo», o un «necesito gente nueva, quiero más followers», rellena el vano existencial con sus cinco segundos de gloria. La selfie los convierte en juguetes de lo tecnológico. El teléfono móvil pasó de ser un instrumento para instrumentalizar a los adolescentes. Como siempre digo ellos «adolecen de conocimiento», pero no de culpa. Su búsqueda de la autoaceptación se convierte en una prisión en la que ellos creen liberarse, no obstante es la matriz de complejos, frustraciones, y de una realidad ajena al hemisferio analógico. Cuando despierten de su realidad tecnológica, les quedará la dura realidad.