Los tres reyes magos no eran ni reyes ni magos ni blancos

Los «reyes magos» nos visitan esta noche y nos preparamos para cabalgatas, regalos y reuniones de familia. Esta noche veremos muchos blancos pintados de Baltasar y, los más progres, pondrán un negro de verdad a lomos de un camello o carroza pero quizás nos olvidamos que ninguno de los reyes fue blanco.

Aunque parezca que toda la vida han estado ahí, la fiesta de los reyes magos se creó en el siglo XIX. No fuimos tan originales como pensamos sino que, imitando a los países nórdicos, decidimos tener nuestro propio San Nicolás. Un tanto para los de Alcoi que organizaron la primera cabalgata en 1866 y a partir de ahí muchos pueblos y ciudades de tradición hispana les siguieron.

Por aquella época, la España de Isabell II estaba en plena crisis. Tres años antes había caído el gobierno de la Unión Liberal y dos años después, en 1868, estallaría la revolución que pondría final a la monarquía y llevó al exilio a la reina. ¡Bienvenido el Sexenio Democrático!

En una España republicana había lugar para reyes, siempre que fueran magos. No se discutió si formaban parte de la realeza absolutista o si eran reyes democráticos, lo importante era que fueran magos.

Diremos que son magos pero no por que tuvieran las enseñanzas de Harry Potter sino por su conocimiento astrofísico y su intelectualidad del persa ma-gu-u-sha, que significaría sacerdote. De dichos conocimientos del cielo se les habría dado las habilidades para seguir una estrella milagrosa que les guiaría desde Babilonia hasta el portal de Belén.

No hace falta ser creyente para darse cuenta de que todo esto no son hechos históricos contrastados; no obstante son parte de nuestra cultura y tradición. Hemos crecido con esto y alimentamos esta leyenda año a año. Poco importa ser creyentes como poco importó a la España del sexenio crear una festividad basada en la realeza.

Mucho ha llovido hasta hoy, donde tenemos polémica por la cabalgata de Carmena, por la cabalgata de reinas magas y por un tal Gallardón que se pintó la cara de negro para hacer de Baltasar. No nos engañemos, se trata de una idea comercial que justifica las vacaciones hasta el 6 de enero. Detrás no hay ni creencias ni ideologías.

Así se explica que los negros, reyes o pajes, no tengan que pasar por un CIE y puedan entrar en las casas de los hijos de Vox o de señoras que «dicen negritos de África cuando dan limosna». Al rey Melchor se le atribuyen rasgos «europeos» y al tal Gaspar algo más morunos. Si se llamasen Sven y Mohammed quizás tampoco entrarían en nuestras casas a traer regalos.

La lógica de la historia dice que llegan desde Babilonia y, queridos y queridas míos, eso hoy en día es Irak. ¿Aceptamos entonces que los 3 reyes magos son tres señores Iraquíes? Bueno… no se me asusten, no necesariamente eran babilonios, podrían ser persas, ¿aceptamos entonces que los sabios de oriente eran iraníes?

Diferentes textos bíblicos hablan de los 12 reyes, uno por cada apostol. En ocasiones se les representó por cuatro y finalmente un rey blanco, uno tostadito y otro negro. Uno jóven, más mayor y otro viejo porque ¡en diversidad somos la leche! Pero si vienen de oriente son moros.

Moros como esos que vivían en la península por más de 500 años y que son nuestros ancestros; moros como el niño Alan que se ahogó en costas turcas, moros como los que Salvini no quiere en sus costas, moros como los que tememos de forma injusta cuando recordamos atentados en Europa. Los tres reyes magos eran tres eruditos moros.

Quizás sería la hora de poner un rey moro en las cabalgatas, da igual si es musulmán, turco o marroquí. Da lo mismo que moro englobe una entelequia humana y que se use a modo de insulto, no importa. España es un país moderno, capaz de grandes logros sociales, ejemplo en muchas cosas. Hagamos lo mismo con la integración. ¡Qué grande sería convertir esta tradición en una tradición inclusiva! Además para más «INRI» al que le regalan oro, incienso y mirra es al bebé judío de una madre soltera.

No nos equivoquemos; los reyes magos no son un hecho ancestral, católico ni español. No pertenecen a nadie pero nos pertenecen a todos, convirtámoslo en un ejemplo de tolerancia y aceptación.

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