Relatos

Alcioneo y Euríbatos

No muy lejos del monte Parnaso, aún entre frondosos olivos, caminaba con paso cansado el joven Alcioneo. Regresaba a Delfos tras haber pasado unos días en la ciudad de Crisa. Durante varias semanas se había dedicado a admirar la reconstrucción de los edificios dañados por la guerra. Estaba, ciertamente, obsesionado por la belleza con la que el hombre transformaba rocas en fastos edificios, piedras en teselas en vívidos mosaicos y esculturas que parecieran querer abandonar la posición en la que fueron condenadas a permanecer por el resto de su eternidad.

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Escribir un título

Escribir es un acto de pensamiento en el que mecanografiamos nuestra mente bajo formas de palabras y frases. Articulamos nuestras ideas, liberamos nuestras pasiones. Se abre la botella que esconde el demonio.

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Año tres: tres bien

Comprando pollo en Caprabo empezó aquél viaje. Las cosas inesperadas son las que siempre se disfrutan más. Bien es cierto que cuando deseamos algo nos emperramos en que salga como queremos, o nos castigamos de forma previa para «prepararnos para lo peor. Al final el pollo sale como le da la gana porque, aunque cocines controlando el fuego, los ingredientes, o te pongas a rezarle a San Antonio de Pádua, todo se puede echar a perder por sí solo.

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Año dos: los pecados

Llegué aquél día con la sonrisa algo tonta y mi compañera de trabajo me miraba de forma inquisidora. Cuando finalmente me interrogó qué me pasaba, me apresuré a preguntarle si es que hacía mala cara o qué. Su definición de cutis-de-haber-follado-bien me caló hondo. Yo no sospechaba que los cuatro polvos de la noche anterior, y el quinto que no pudimos acabar, fuera algo visible en la luminosidad de mi cara.
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Año uno: tras la puerta

Recuerdo el olor de aquél friegasuelos de olor a pino. El suelo de linóleo era algo nuevo para mi, me producía entre decepción por tener un suelo de verdad y asco por su tacto gomoso y un tanto pegajoso. Durante varios días estuve limpiando todo de manera compulsiva, quería que aquella estancia tuviese mi esencia, y no la de otras personas que hubiera vivido allí antes que yo. Recuerdo a Dolores O’Riordan con algún álbum antiguo de The Cranberries, y una especie de nostálgia céltica que no alcanzaría a llamar morriña, sino algo superior a ella. Interrumpida la canción por los contínuos entrares y salires de los vecinos, aquél apartamento en la planta baja del oscuro edificio sería mi caja de resonancia. + Más información

Dividir

Sólo un año más – Se dijo a sí misma.- Los días pasarán rápido siempre que no los mires fijamente. Serán un tiempo de reflexión, podré centrarme en otros aspectos y quizás sea lo mejor. Son, bueno han sido, unos meses muy duros, pero no quiero que eso afecte a los pequeños. Además… Quizás la cosa cambie. No será como antes, pero tampoco lo quiero, mejor así. Necesito esperar un año más.
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Supervivencia y supremacía

Los criterios de supervivencia son relativos, una persona con más de 100 años ¿nos resulta útil socialmente? ¿Es un bien necesario para la sociedad invertir en medicinas, avances médicos, y cuidados geriátricos?. Es este siglo el de mayor avance en cuanto a la longevidad del ser humano y aún no nos hemos planteado si es mejor invertir en la prolongación de la vida o la generación de nueva vida. + Más información

El votante indeciso

Era un domingo como cualquier otro, de impredecible gris, y de misterioso amanecer. A las primeras horas de la mañana sólo se oía la brisa contra las hojas de los árboles, el taconeo de alguna joven que llegaba a trashoras a su casa, y algún vehículo con poca prisa que se tambaleaba hacia su destino. + Más información

Sonría, por favor

– Buenos días.
– Muy buenos.
– ¿A qué ha venido?
– Necesito que me eche un vistazo a la sonrisa.
– Déjeme ver – le examina la boca con rapidez introduciéndole los enguantados dedos – no encuentro nada raro.
– Sí, ¿verdad? No lo entiendo. + Más información

El Santito (CAP. 3)

Con el aerosol aún en las manos y la mirada en el aire, mi compañero reía a mandíbula batida pensando que me había dado de pleno en la cara. Detrás de mi, en silencio, con el semblante serio pero una ceja arqueada, estaba Dani «el Pelirrojo».

Rubén, ese era su nombre, abrió los ojos, y cuando se dio cuenta de que había fallado, volvió a apuntar a mi cara. «No te escaparás esta vez», dijo con sobrada socarrenería. + Más información

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