El hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin

Él es incapaz de amar, y ella está obsesionada por llegar al final. Relato de Robert Barber.

El hombre que no podía amar (4)

Rapsodia 7. (precedida de Rapsodia 5)

Había estado durante horas monitorizando las expresiones de mi cuerpo. Algunas frente al espejo, otras tantas delante del ordenador.
 No sabía bien como podría reaccionar ante el encuentro, por una parte la conversación telefónica había denotado interés por su parte, por la otra me transmitió una importancia exagerada para una simple cita. 
La palabra cita remordió en mis quehaceres durante el tiempo en el cual me preparaba.

Por una parte no quería darle nombre, por otra existía un deseo que no pude alcanzar a entender.

 Preparé mis mejores ropas, aquellas que en la maleta habían sufrido menos vaivenes del tren, y sobre la cama, intenté combinarlas para que pareciera atractivo y natural. Si fuera disfrazado a aquella cita no iba a dejarle ver en qué me había convertido.
¿Recordaría aquel mal-nombre que me dieron en la escuela?


Observé el reloj, tictaba de una forma irregular, mi percepción me decía que iba a una velocidad mayor de la que posiblemente debería. Ya era casi la hora y no me quedaba tabaco.


Me vestí y salí corriendo, era hora de ir a por más.

– – –

El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

El hombre que no podía amar (3)

Rapsodia 7. (precedida de Rapsodia 5)

Había estado durante horas monitorizando las expresiones de mi cuerpo. Algunas frente al espejo, otras tantas delante del ordenador. 
No sabía bien como podría reaccionar ante el encuentro, por una parte la conversación telefónica había denotado interés por su parte, por la otra me transmitió una importancia exagerada para una simple cita.

La palabra cita remordió en mis quehaceres durante el tiempo en el cual me preparaba. Por una parte no quería darle nombre, por otra existía un deseo que no pude alcanzar a entender.

 Preparé mis mejores ropas, aquellas que en la maleta habían sufrido menos vaivenes del tren, y sobre la cama, intenté combinarlas para que pareciera atractivo y natural. Si fuera disfrazado a aquella cita no iba a dejarle ver en qué me había convertido.


¿Recordaría aquel mal-nombre que me dieron en la escuela?
 Observé el reloj, tictaba de una forma irregular, mi percepción me decía que iba a una velocidad mayor de la que posiblemente debería. Ya era casi la hora y no me quedaba tabaco.
Me vestí y salí corriendo, era hora de ir a por más.

– – –

El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

El hombre que no podía amar (3)

Rapsodia 5. (precedida de Rapsodia 3)

Ya disfrazado de la persona normal en la que me había convertido bajé por la calle aprisionando el paquete de tabaco, estrangulando de forma hipotética los cigarros que allí se contenían.

¿Habría suerte? ¿Sería un capullo o sería cualquier otro tipo de flor?

Caminé asfixiando mi dosis de nicotina mientras me parecía que alguien me llamaba, y yo dentro de mis pensamientos seguí caminando sin querer salir de ellos.



Llegué al punto de encuentro y una mano pesada aterrizó en mi espalda con la suavidad de una corteza de pino, giré mi cabeza para observar a aquel individuo.



– Creo que te equivocas. – Espeté.

Y tras unas cuantas explicaciones insulsas de cómo nos habíamos conocido en un pasado que yo casi había olvidado, le estreché la mano de forma distante.

Observé hacia el punto de encuentro y Ahí estaba él, con una mirada entre perpleja y alegre, y con una sonrisa entrecortada, comedida posiblemente por los nervios. Estaba endemoniadamente guapo, lo encontré tan enternecedor que la brusquedad con la que me estaba despidiendo de aquel engendro me hizo mirarle por un momento a los ojos y le reconocí.
 Situé al nosferatu en mi pasado con unos años menos, unos kilos menos, y un poco más de todo lo demás, por ejemplo pelo.



Una vez despedida la molesta casualidad, me acerqué hasta él, le mire a los ojos y subí al coche.

 Nuevos recuerdos llegaron a mi mente, y de cierta manera se acababa de abrir mi propia Caja de Pandora, esta vez llena de adolescencias.
 Arrancó el coche y sin saber dónde meter mis brazos sólo pude cruzarlos al tiempo que escondía los pitillos en el bolso.



– Preferiría que no nos vieran juntos, no sé si lo comprenderás. – Me dijo de una forma humilde. En otra ocasión me hubiera bastado para ofenderme, saltar del coche o hacerle el haraquiri con el cambio de marchas.

Me sentí en ese momento muy mal. Él sentía lo mismo que yo respecto al engendro. Se avergonzaba de mi y el karma me lo había demostrado con una diferencia de menos de un minuto. Fue muy aleccionador.

Entramos en un restaurante de comida rápida y subí al coche de nuevo con nuestro menú de presentación de los recuerdos.

Arrancó de nuevo el coche y nos dirigimos a la vieja casa de campo de mis padres.

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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

El hombre que no podía amar (2)

Rapsodia 3. (precedida de Rapsodia 1)

La cena transcurría de forma amena.
 Yo trataba de no hablar demasiado y el índice de masticadas por pausa en la conversación, era un excelente medidor de atención.

Hubo un momento en que dejé de escucharle y mi voz en mi cabeza me decía: «Te interesa lo que él dice». 
Esta anomalía no era frecuente pues es fuerte mi complejo de no escuchar.

Por alguna extraña razón, que aún no sabría justificar, bebía de sus palabras mientras masticaba de la comida para no interrumpirlo jamás.



Cuando acabamos lamenté no tener un postre y endulzar un poco aquel bobalicón y romántico momento, aunque pensé que tal vez solo para mi era bobalicón y él hubiera echado de menos algún chocolate.



Salimos a pasear hasta la piscina, el reflejo de la luna no resultaba en absoluto romántico sobre las estancadas aguas, pero en cambio su fuerte luz iluminaba los campos de una resplandeciente plata dándoles así una nueva vida.


No me atreví a tocarle, ni tan solo un roce amistoso de mis dedos sobre sus brazos, y llegamos a la puerta de la casita que hay en la piscina.
 Seguimos hablando, en este momento me contaba detalles insulsos de su familia que a mi me parecían versos garcilianos.

No podía evitar pensar en cómo se parecían nuestras vidas. 
Toda la vida juntos e ignorados, era algo que me parecía hasta de lo más exquisito, y mientras le miraba veía en su cara los ojos de niño que un día conocí.

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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

El hombre que no podía amar (1)

Rapsodia 1.

Mi dedo índice acariciaba su codo. Casi podía sentir la fricción de mi huella dactilar contra la suavidad de su piel.
Mis ojos, que lejos de parecer sensuales, estaban clavados en los suyos con una mezcla de sorpresa y terror. Cundo unimos nuestras miradas rehuí hacia el infinito de mis pies.
Quería darle un beso y así liberar los martillazos que profería mi corazón contra mi pecho. Quería poder volver a abrazar su cuello y disfrutar del olor de su piel.
Ese olor tierno y casi infantil me embriagaba de una forma adictiva, y que a penas llegaba a penetrar mi cuerpo acuciado por una asfixia contenida.



Me atreví un par de veces a mirar sus ojos, a desearlos, pero entonces venían a mi mente cientos de imágenes del pasado, recuerdos que seguramente compartíamos de forma anónima y que una caprichosa cámara oculta podría haber firmado desde dos ángulos: el de mi infancia y el de la suya.



Me había pasado media vida esperando a encontrar una media naranja y pensando que la encontraría en otro huerto. El destino caprichoso, con sus devenires, nos presentó en dos ocasiones, en dos momentos que nos condenarían a esperar hasta un tercero casi al final de nuestras vidas.


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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.