El hombre que no podía amar (1)

Rapsodia 1.

Mi dedo índice acariciaba su codo. Casi podía sentir la fricción de mi huella dactilar contra la suavidad de su piel.
Mis ojos, que lejos de parecer sensuales, estaban clavados en los suyos con una mezcla de sorpresa y terror. Cundo unimos nuestras miradas rehuí hacia el infinito de mis pies.
Quería darle un beso y así liberar los martillazos que profería mi corazón contra mi pecho. Quería poder volver a abrazar su cuello y disfrutar del olor de su piel.
Ese olor tierno y casi infantil me embriagaba de una forma adictiva, y que a penas llegaba a penetrar mi cuerpo acuciado por una asfixia contenida.



Me atreví un par de veces a mirar sus ojos, a desearlos, pero entonces venían a mi mente cientos de imágenes del pasado, recuerdos que seguramente compartíamos de forma anónima y que una caprichosa cámara oculta podría haber firmado desde dos ángulos: el de mi infancia y el de la suya.



Me había pasado media vida esperando a encontrar una media naranja y pensando que la encontraría en otro huerto. El destino caprichoso, con sus devenires, nos presentó en dos ocasiones, en dos momentos que nos condenarían a esperar hasta un tercero casi al final de nuestras vidas.


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El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.

Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.

Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.

Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.

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