El hombre que no podía amar (3)
Rapsodia 5. (precedida de Rapsodia 3)
Ya disfrazado de la persona normal en la que me había convertido bajé por la calle aprisionando el paquete de tabaco, estrangulando de forma hipotética los cigarros que allí se contenían.
¿Habría suerte? ¿Sería un capullo o sería cualquier otro tipo de flor? Caminé asfixiando mi dosis de nicotina mientras me parecía que alguien me llamaba, y yo dentro de mis pensamientos seguí caminando sin querer salir de ellos.
Llegué al punto de encuentro y una mano pesada aterrizó en mi espalda con la suavidad de una corteza de pino, giré mi cabeza para observar a aquel individuo.
– Creo que te equivocas. – Espeté.
Y tras unas cuantas explicaciones insulsas de cómo nos habíamos conocido en un pasado que yo casi había olvidado, le estreché la mano de forma distante.
Observé hacia el punto de encuentro y Ahí estaba él, con una mirada entre perpleja y alegre, y con una sonrisa entrecortada, comedida posiblemente por los nervios. Estaba endemoniadamente guapo, lo encontré tan enternecedor que la brusquedad con la que me estaba despidiendo de aquel engendro me hizo mirarle por un momento a los ojos y le reconocí. Situé al nosferatu en mi pasado con unos años menos, unos kilos menos, y un poco más de todo lo demás, por ejemplo pelo.
Una vez despedida la molesta casualidad, me acerqué hasta él, le mire a los ojos y subí al coche. Nuevos recuerdos llegaron a mi mente, y de cierta manera se acababa de abrir mi propia Caja de Pandora, esta vez llena de adolescencias. Arrancó el coche y sin saber dónde meter mis brazos sólo pude cruzarlos al tiempo que escondía los pitillos en el bolso.
– Preferiría que no nos vieran juntos, no sé si lo comprenderás. – Me dijo de una forma humilde. En otra ocasión me hubiera bastado para ofenderme, saltar del coche o hacerle el haraquiri con el cambio de marchas.
Me sentí en ese momento muy mal. Él sentía lo mismo que yo respecto al engendro. Se avergonzaba de mi y el karma me lo había demostrado con una diferencia de menos de un minuto. Fue muy aleccionador.
Entramos en un restaurante de comida rápida y subí al coche de nuevo con nuestro menú de presentación de los recuerdos. Arrancó de nuevo el coche y nos dirigimos a la vieja casa de campo de mis padres.
El Hombre que no podía amar y la mujer que mató a Darwin es la última novela de Robert Barber.
Las relaciones afectivas pueden engendrar vínculos más allá del tiempo y del espacio. A través de dos personajes completamente diferentes como son una doctora adicta al trabajo y de un huraño escritor recluido en una ermita, nos adentramos en las obsesiones del Ser Humano.
Ella está dedicada a la medicina decide quedarse embarazada a una muy avanzada edad sometiéndose a El Proceso. Él quien escribe en la soledad desde hace 50 años recibe una extraña visita de alguien a quien conoce, pero que no recuerda.
Estas rapsodias forman parte de la introducción a la historia.