El silencio de tu nombre
El silencio se escucha sólo cuando replican aquellas viejas campanas de histórico metal. En ese momento tumbado en la cama, en el que esperas que nada pase, en ese momento es cuando él aterriza en mi mente.
El pensamiento es efímero pero mis músculos relajados descubren que el contorsionismo en el colchón me libera de cierta tensión que ignoraba. Con este leve placer arrincono su imagen y la vuelvo a recuperar cuando relajo los músculos.
Creo que algo mal hicimos los dos, pero no sé qué. Por contra aún pienso que las consecuencias de esto las estoy pagando yo.
¡Basta de victimismo! – Me digo a mi mismo queriendo retomar el camino chueco. Hay que enderezar esto. Y de repente la tensión de una noche, el pensamiento sobre él, la imagen de sus labios, el recuerdo de sus besos, el olor… De mi imaginación… Enderezaron otra cosa que no la situación.
Giro mi cuerpo contra el colchón para que el resto de los habitantes de la habitación no vean que había decidido acampar.Es el momento de empezar a olvidar su nombre. Y entonces escucho el pulso que golpea en alguna arteria cerca de mi oído. Su molesto bateo me incomoda y cuando pienso en darme la vuelta para huir de él, me.vuelvo a acordar de la torre Eiffel.
Con la dureza del momento encuentro cierto alivio presionando mi cadera contra el colchón. Lo hago despacio porque no quiero que ninguno de los habitantes noten aquél embarazoso momento.
En el silencio del momento vuelvo a oír el replicar de las campanas. Hoy es domingo y el Señor llama a sus fieles.
¿Fue la fidelidad el problema? No hubiera nunca pensado en ello, pero él lo hizo. Pensó que era mejor dudar que creer. Por Cristo prometo que le fui fiel de obra y pensamientos.
A mi mente regresa de nuevo su mirada, coronada con un nerviosismo del primer día. ¿Cómo te llamas?
«A mi me llaman , y claro a mi mismo no me llamo. Cuando me llamo digo Yo. Es un acto egoísta, porque todos nos llamamos yo. El valencià tiene esta curiosidad, la de afirmar «a mi em diuen». Pero es un intento de evitar que todos nos llamemos Yo».
En el silencio ahogué su nombre y la caricia de mi compañera en la cama me hizo volver a poner la cabeza en el suelo y los pies al aire.
En ese momento, de silencio, cesaron de replicar las campanas
Quince de julio de dos mil doce