La habitación de ciertopelo (I)

El decapante había logrado sacar todo el adhesivo que quedaba en la pared de aquella habitación. El olor a químicos le revolvía el estómago, pero aunque podría haber vomitado hasta el último de sus jugos, la ausencia de alimento en varias horas le había salvaguardado de tan incómodo momento.

La ventana estaba cerrada, no había apenas ventilación que pudiera darle algo de aire fresco. Pensó que sellar la ventana con cola y cubrir los cristales con pintura negra, había sido demasiado precipitado.

Desenvolvió con impaciencia los fardos que contenían los rollos con el terciopelo negro. Con la luz de la tenue bombilla se dio cuenta que lo había comprado con un tornasolado de un color entre indescriptible y granate. Pensó en devolverlo, pero después creyó que era mejor no perder el tiempo en un detalle tan nimio, pues la oscuridad de la sala dejaría anulado el particular brillo de aquel tejido.

Pasaron pocos días para que la pintura de los marcos de la ventana y la puerta se secaran. El color negro empezó a ser el dominante en aquella pequeña sala de a penas 15 metros cuadrados. El parqué de color cerezo se había asentado, y llegó el momento de cubrir las paredes con el terciopelo.

Cerró la puerta de la habitación y se despidió de ella durante varios días, aparcando momentáneamente su obra para dedicarse a la programación de un sistema de intercomunicación entre ordenadores al que posteriormente llamarían IRC. El trabajo en la empresa le absorbió la atención de tal manera que no fue hasta que un apagón dejó la pantalla sin iluminación, que al ver su reflejo en el negro cristal cayó en la cuenta de su proyecto doméstico.

Cuando volvió a su casa aquella noche fue directo a la habitación oscura. Al poner su mano sobre el dorado pomo de la puerta sintió inquietud. El frio del metal se clavó en la palma de su mano y recorrió todo el cuerpo.

Una vez dentro de la habitación admiró su obra. Contemplaba el espacio como deseando ver sombras sobre las sombras. El suelo de color cerezo lucía solemne sobre las aterciopeladas paredes, la incandescencia de aquella pequeña bombilla debilitaba cualquier atisbo de vida, el silencio inquietante le removió el corazón que latía lleno de emoción.

Salió de la habitación, directo al recibidor donde le esperaban dos elementos más. Recién comprados en una tienda de antigüedades, y aún envueltos de papel kraft, tenía su sillón de estilo victoriano y aquel espejo con marco cromado que tanto le había costado encontrar.

Situó en una de las esquinas el sillón, y reposó el espejo sobre el suelo, aún cubierto de su envoltorio. En medio del silencio le pareció escuchar una respiración entre el vidrio y el papel.

Sigue…

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