La habitación de ciertopelo (II)
El espejo en el suelo parecía sollozar una respiración anómala, pero no dio crédito a sus oídos. Se acercó hacia él, aún reclinado en el suelo, y se dispuso a arrancar el papel de forma ansiosa. El espejo envuelto en papel kraft era el elemento más preciado de su extraña construcción, por un segundo caviló, y finalmente decidió abrirlo con el respeto y ceremonia que requería.
Mientras deshojaba el espejo sentía un extraño frío en su espalda que le llevo varias veces la mano a su nuca. En realidad sentía como si hubiera alguien detrás suyo esperando a desenvolver aquel artefacto.
Este pensamiento le pasó sólo media décima de segundo por su mente, el horror le bloqueó por unos segundos y tembló. Tomó aire, lo retuvo, exhalo con valentía y borró el pensamiento.
El cordón que servía para empacar el espejo parecía estar anudado a conciencia y hubo un momento en el que sus remordidas uñas le eran insuficientes para deshacer aquel obstáculo.
Acercó el rostro hacia el nudo, tratando de morder el nudo y avanzar en su tarea. Según su mejilla se acercaba al espejo notó una leve caricia gélida en sentido ascendente. Asustado se apartó, saltando hacia atrás cayó sobre su culo y recordando a ese hombre imaginario que le clavaba su mirada en la nuca se giró ansiosamente.
Detrás de él no había nada, sólo el oscuro terciopelo negro de tornasolado granate que absorbía con vehemencia la luz de aquella bombilla incandescente. Volvió a girarse hacia el espejo, deseando que algo sucediese detrás del papel kraft, pero allí sólo estaba el paquete medio desvestido aguardando a que desvelara si misterio.
Salió de la habitación con la sensación de tener algo pegado a la espalda, incómodo, taquicárdico, y sobre todo muy asustado. Se sentía como un imbécil y por eso decidió cerrar la habitación con un candado.